Fue la llegada del Imperio Romano a la Península Ibérica la que trajo consigo el cultivo y conocimiento de la vid. Los romanos extendieron desde Italia su cultura del vino y la llevaron por todas las regiones de la vieja Europa, alcanzando Galia, Alemania, Portugal y España, entre otras.
Para la antigua Roma, el vino no era sólo una importante actividad de comercio, sino que suponía un derecho fundamental para todos y cada uno de los ciudadanos del Imperio, desde el esclavo de más bajo nivel hasta el más alto de los cargos de la aristocracia. Por ello, se aseguraban de dar suministro a todos los soldados y colonos romanos en todos los rincones del Imperio.
Aunque los orígenes del vino se sitúan allá por la Edad de Bronce 3.000 a.C., en las fértiles tierras regadas por el Tigris y el Éufrates de la antigua Mesopotamia, los romanos crearon toda una cultura en torno a la vid. De esta manera, la vendimia era celebrada cada año en todo el desde que la viticultura llegó a Italia en el año 200 a.C. y proclamaron al dios griego Dionisio su dios del vino: Baco.